El egoísmo del cielo
EL EGOISMO DEL CIELO
De qué sirve, que en el amanecer el sol salga, si es inadvertido para mí. Siempre estoy sentado y jodido y me levanto sonriendo.
De qué sirve que esa luz alumbre los caminos si yo también, camino por las noches, y son tan largas que he aprendido a amarlas y a ignorarlas. De qué sirve ese espacio que es la tierra, si la tierra está en mi espacio, y ese mar tan espacioso que en las noches se abstiene de los rayos del sol para calentar sus aguas y, acompañarse, y aparearse, y abortar el dios que lo hace fuerte.
Y de qué se ríen las estrellas cuando en la noche de briaguera estoy dormido, si se descansa el alma y se duerme para descansar de ellas.
Y porqué se jacta la luna cuando brilla, si su brillo como el sentimiento, es por el clamor de tanto pinche poeta que anda suelto, no le pertenece, como no le pertenece nada, porque en el día nadie canta y ella se adormece y se queda en los confines de la ausencia.
¡Ah que poetas éstos¡
No viajo por los rincones de los paises que están tan lejos, porque ellos vienen a mí cuándo canto, cuándo las aves en su necedad de volar me traen las historias de lo que les han contado, y los vientos sin tiempos que los borren en esa misma historia que algunos han comprado, me dan las frescuras o los fríos de los lugares que no he visitado. Por eso los siento tan cerca de mí, para alabarlos, para gozarlos.
Y que hay de ésta penitencia que me han impuesto los gobiernos al retirarme de sus sociedades. Lo prefiero para no vivir dentro de su agonía. Para poder correr y reír, y pintar y escribir cuándo no se me haya enseñado y mucho menos ordenado, hacerlo es mejor que soñar, mejor aún que vivir la penitencia del infierno que te aborda cuando naces y fincas tu mundo dentro del que ya está.
¡No¡ Prefiero la penitencia de ser lo que soy, de darme al mejor tonificante para descansar, dónde tú no puedes ni podràs hacerlo.
Esa es la penitencia que yo me he impuesto.
al Rufas
te acuerdas de tu gloria en la tierra
De qué sirve, que en el amanecer el sol salga, si es inadvertido para mí. Siempre estoy sentado y jodido y me levanto sonriendo.
De qué sirve que esa luz alumbre los caminos si yo también, camino por las noches, y son tan largas que he aprendido a amarlas y a ignorarlas. De qué sirve ese espacio que es la tierra, si la tierra está en mi espacio, y ese mar tan espacioso que en las noches se abstiene de los rayos del sol para calentar sus aguas y, acompañarse, y aparearse, y abortar el dios que lo hace fuerte.
Y de qué se ríen las estrellas cuando en la noche de briaguera estoy dormido, si se descansa el alma y se duerme para descansar de ellas.
Y porqué se jacta la luna cuando brilla, si su brillo como el sentimiento, es por el clamor de tanto pinche poeta que anda suelto, no le pertenece, como no le pertenece nada, porque en el día nadie canta y ella se adormece y se queda en los confines de la ausencia.
¡Ah que poetas éstos¡
No viajo por los rincones de los paises que están tan lejos, porque ellos vienen a mí cuándo canto, cuándo las aves en su necedad de volar me traen las historias de lo que les han contado, y los vientos sin tiempos que los borren en esa misma historia que algunos han comprado, me dan las frescuras o los fríos de los lugares que no he visitado. Por eso los siento tan cerca de mí, para alabarlos, para gozarlos.
Y que hay de ésta penitencia que me han impuesto los gobiernos al retirarme de sus sociedades. Lo prefiero para no vivir dentro de su agonía. Para poder correr y reír, y pintar y escribir cuándo no se me haya enseñado y mucho menos ordenado, hacerlo es mejor que soñar, mejor aún que vivir la penitencia del infierno que te aborda cuando naces y fincas tu mundo dentro del que ya está.
¡No¡ Prefiero la penitencia de ser lo que soy, de darme al mejor tonificante para descansar, dónde tú no puedes ni podràs hacerlo.
Esa es la penitencia que yo me he impuesto.
al Rufas
te acuerdas de tu gloria en la tierra
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Marcos Lòpez -